La cosa, el enigma de otro mundo es un clásico con mayúsculas. Es una de esas películas que puedes ver varias veces, para descubrir que en ella se encuentran las fuentes de las que han bebido todos los invasores devoradores de humanos del cine. Una película de serie b que se convierte en leyenda, como las buenas películas (veremos quién se acuerda de Avatar dentro de 50 años). Este verano volví a verla, milagros del cable, y volvía  disfrutar como cuando era niño. Para otro día dejaremos Planeta prohibido

El planteamiento no puede ser más simple. los habitantes de una base polar descubren una nave encerrada en el hielo, acceden a la misma y rescatan una forma de vida humanoide. Trasladado a la base, para su estudio, el ente no está muerto, sino que revive con el calor, y procede a hacer lo que todos seres vivos: buscar alimento para recuperarse y sobrevivir. Lo malo es que el alimento que más le va es la sangre, y claro, una base polar es un buen coto de caza… ni el fuego, ni las balas consiguen acabar con él: sólo la electricidad lo conseguirá.

En el desarrollo de la historia confluyen elementos clásicos del cine de terror y de la propaganda estadounidense de la guerra fría. En un espacio cerrado los humano son acechados y eliminados por un ente alienígena (¿suena a Alien?), que se alimenta de sangre, como en otros títulos de serie b más recientes, tanto británicos como estadounidenses, que rescatan la figura del vampiro para igualarla al alien, al extraño, al diferente. El fin de la amenaza se consigue gracias a la inventiva técnica y científica del humano, nada de casualidades ni de falsas religiones o seres superiores. Debe destacarse el papel que desempeña el científico humano: su preocupación es comunicarse con el ente, para poder solucionar el problema, y cómo no, saber más… por desgracia, el guión se encarga, en estos tiempos de la guerra fría, de que el científico reciba su «merecido», por colaboracionista, a manos del propio ser con el que pretendía comunicarse. Con el enemigo no se comunica, sólo se le elimina…

Es la pura lucha por la supervivencia entre especies: gana aquella más espabilada, y en la cual se trabaja en equipo. Aislado mueres, en grupo tienes una posibilidad. El ambiente oscuro, sucio y claustrofóbico de la base polar se puede rastrear en bases espaciales de otras películas posteriores. No se puede escapar, no hay naves en las que embarcarse. Le falta un poco de tensión dramática, pero la sci-fi de los 50 es lo que tiene, no se pueden pedir peras al olmo, y menos en un género considerado mero entretenimiento. El autor del relato que dió origen al guión fue John W. Campbell Jr., que luego desempeño una actividad fundamental como editor de relatos de sci-fi. Gracias a internet puedes leer libremente el texto original de «Who goes there?»

30 años después llegó el remake de John Carpenter, que, la verdad, no está mal. Como es Carpenter, se centra más en el miedo, frente a la preocupación por lo desconocido de la película de Nyby (¿o de Hawks?). Pero me gusta más la tensión, el desarrollo de la original de 1951. Y los diálogos que intentan explicar cuasicientíficamente a la cosa parecen casi hasta sensatos. Mucho se ha hablado del miedo a la amenaza de lo desconocido, que empalma con el miedo a las asechanzas de los soviéticos: «Vigilad el cielo»… pero yo prefiero simplemente ver buen cine.

Y de regalo, dos videos, primero el trailer original,

y el segundo, la impresionante banda sonora de Dimitri Tiomkim, ajustada en la escena del descubrimiento y recuperación de la cosa…