Mi hermano me sorprendió hace unas semanas regalándome la novela Metro 2033, escrita por Dmitry Glukhovsky (Barcelona: Timun Más, 2010). La sci-fi rusa o antigua soviética es un mundo que todavía no he podido abordar, y que me atrae mucho. El escenario es un clásico en este tipo de novelas: futuro postapocalíptico, en el que, tras un holocausto nuclear, los supervivientes humanos se ven obligados a refugirase y vivir en el subsuelo. En este caso, y para añadir morbo al asunto, en las estaciones y túneles del metro de Moscú.

La supervivencia bajo tierra es un clásico en la sci-fi, al igual que el aislamiento frente a un agresivo mundo exterior (baste recordar La fuga de Logan). Los túneles son el refugio de civilizaciones extraterrestres desaparecidas (Pórtico de Pohl), o el escondite de amenzas terribles (como los Morlocks de La máquina del tiempo de Wells). La oscuridad es el medio en el que se desenvuelven los humanos. la oscuridad tiene vida, hay cosas que observan, cosas inexplicables… es el miedo primigenio a la oscuridad que se encuentra en lo más profundo de los genes. Los amenazantes túneles son un clásico en muchos géneros literarios.

Los humanos viven, comercian y se relacionan en los espacios que conforman las antiguas estaciones de metro. En ellas se forman pequeños núcleos sociales, que pueden agruparse en alianzas y asociaciones, y que disfrutan de un mínimo nivel de vida gracias al comercio. El objeto de comercio es la comida (triste menú de cerdo y setas), y las herramientas, repuestos y armas, cada vez más escasos, que se consiguen a través de peligrosas expediciones a la superficie, a la que hay que salir protegido, y siempre temiendo ser presa de los animales mutantes que habitan las ruinas urbanas.

El argumento ha sido lo bastante atrayente como para programar y comercializar rápidamente un juego de marcianos para la xbox y para windows basado en la novela. Y con su página en Facebook, como no podía ser menos. El arte conceptual de los videos del juego me ha parecido bastante cercano al ambiente del relato: «Teme al futuro».

El autor establece un paralelismo entre las agrupaciones sociales del metro y lo que puede apreciarse en la scoiedad actual: neocomunistas revolucionarios, nacionalismo de corte fascista, alianzas comerciales (me recuerda a la Hansa), aristocracias militares y religiosas, sectas de cultos radicales y extremos… cada una con sus intereses, pero todas amenzadas por un nuevo poder oscuro, sin nombre, que parece querer extenderse sobre el metro. Un panorama social muy parecido al cyberpunk, pero en un mundo destruido, sin apenas tecnología, sin recursos ni perspectivas a largo plazo.

Como en la buena literatura, el protagonista debe emprender un viaje (otro viaje de descubrimiento más, otro clásico del relato) en que busca conseguir descubrir el origen de la amenaza, y obtener ayuda para salvar a su estación, y al resto del metro por añadidura. La verdad es que me he perdido varias veces mientras seguía el viaje con los mapas que lleva el libro, entre tanto túnel y tanta estación. No me ha disgustado la narración: aunque en ocasiones se vuelve muy «rusa», muy de folletín, se sigue con agilidad. Obviando que se trata de una novela de viaje y búsqueda, tan recurrente, el argumento resulta original, y ofrece algunos giros narrativos interesantes. No voy a adelantar el final, aunque el el lector avezado lo intuirá unos capítulos antes de llegar al final. Mi recomendación es leerla por la noche en la cama, oyendo los ruidos de las casas, de la calle, de la escalera…